Yo, curadora de arte

Cuando me preguntan qué quiero ser de grande, algo que a los 24 años dejan de preguntar porque suponen que ya eres adulto, yo respondo que quiero ser curadora de arte en un museo. Me imagino a mi misma vestida de negro, con tacones, con uñas largas pintadas de rojo, una cola de caballo con pelo que me llega hasta la mitad de la espalda. Seria. Callada. Analítica. Mis ojos rebotando de un objeto a otro en una sala de exhibición como si estuvieran presenciando un partido de tenis. Hablaría con pausas largas, con un tono muy bajo, buscando y eligiendo las palabras precisas para identificar mis pensamientos.

Esta imagen ficticia de mi misma no podría estar más alejada a mi realidad. Soy ultra extrovertida e histriónica al máximo. No me había dado cuenta hasta que me diagnosticó de tal manera un ex novio, hijo de psiquiatra, en una pelea. Soy poco cuidadosa de las palabras que salen de mi boca, casi como si no pudiera controlar su creación en mi cerebro, su paso hasta mi garganta y por último su salida desde la punta de mi lengua. Hay veces que caigo en cuenta de lo que he dicho una vez que están por llegar a la persona con quien hablo. Para ese entonces es demasiado tarde para volver a abrir la boca y aspirarlas hacia mi y evitar el daño.

 

Un comentario en “Yo, curadora de arte”

Deja un comentario